Fiesta del voluntariado de «La Casita» – Tenerife

Es jueves 15 de enero. Son las seis de la tarde. Comienza a sonar el timbre de La Casita. La puerta se entorna y poco a poco vamos llegando. Más de doce mujeres nos sentamos alrededor de una mesa. Para algunas de nosotras es la primera vez que asistimos a una reunión de voluntariado. Es la oportunidad para ponerle cara a algunos nombres, para conocernos y reconocernos. Mujeres preocupadas por la realidad de otras muchas mujeres. Preocupadas por esas situaciones de vulnerabilidad estructural que NO nos resignamos a aceptar, por las que queremos luchar, en las que queremos estar y acompañar. Aprovechamos para compartir la experiencia del Encuentro con otros Proyectos, otras voluntarias y voluntarios, celebrado en diciembre. Ocasión, también, para revisar el trabajo cotidiano, compartir las debilidades, reconocer los logros, emocionarnos al poner esa tarea rutinaria en las manos y el corazón de las demás. Organización de agendas. Programación del año. Y poco a poco no me siento extraña. Me siento en casa, recibiendo ese calorcito que calienta el alma, que insufla energía. Tomo consciencia. Me siento parte de una red que levanta la cabeza y mira el amplio horizonte de la realidad social. En silencio mi piel se eriza. Me emociono. Después compartimos la mesa, la cena, la vida. Y esa vida estalla felicidad en el compartir sencillo. Me viene a la cabeza aquella frase de Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Eso somos, mujeres sencillas, cotidianas, de esas que nos podemos encontrar por la calle cualquier día. En un lugar pequeño, una isla del Atlántico, haciendo cosas pequeñas pero con la certeza de que estamos poniendo nuestro granito de arena para cambiar el mundo. De vuelta a casa el grupo de WhatsApp empieza a llenarse de agradecimientos. Agradecida me siento yo también por la oportunidad de aprendizaje, de estar y ser parte. Gracias a la vida que me da tanto.